
Cobra vida en la praxis – John Main, OSB
La tradición de la meditación cristiana es una respuesta simple y, sobre todo, práctica a esta cuestión; sin embargo, en su seno se concentra la rica y profunda experiencia de los santos conocidos y desconocidos. Se trata de una tradición enraizada en la doctrina de Jesús, la tradición religiosa en la que él vivió y enseñó, la Iglesia apostólica y los Padres. Muy tempranamente, en la Iglesia cristiana se convirtió en una tradición asociada a los monjes y el monacato, y desde entonces ése ha sido el principal canal a través del cual se ha difundido por todo el Cuerpo y lo ha alimentado. No creo que exista nada misterioso al respecto. Los monjes y las monjas son esencialmente personas cuya prioridad es la praxis y no la teoría cuya pobreza interior y exterior está destinada a facilitar la «experiencia en sí» más que la reflexión sobre la experiencia. Por ello resulta plenamente natural–en realidad, inevitable- que la meditación se encuentre en el centro del monacato. Y porque se halla allí, es importante para la Iglesia y para el mundo.
Dicho monacato, por lo que se refiere a su prioridad, será un movimiento inclusivo y no exclusivo en la Iglesia. Descubrirá que la experiencia sólo puede ser realmente vivida para ser comunicada. Muchos serán arrastrados allá donde el sendero es seguido por unos pocos. Habrá algo que decir, escribir y debatir. Pero la enseñanza más profunda y última de todas las palabras consistirá en la participación en el momento creativo de la oración. Es el silencio de los monjes el que constituye su verdadera elocuencia.
En ocasiones la gente manifiesta cierta inquietud respecto a la disponibilidad de la tradición monástica de la meditación. Al comunicarla – se preguntan-, ¿no están sugiriendo los monjes que el suyo es el único camino? Con demasiada frecuencia tras ello se encuentra el miedo de que se exija demasiado a los «cristianos ordinarios», a los «no contemplativos». Sin embargo, ésa es la exigencia, la posibilidad ofrecida por el evangelio a hombres y mujeres de toda época y cultura. Fue a <<todos» a quienes Jesús reveló las condiciones de su seguimiento. La ironía es que miles de personas «ordinarias» han estado buscando este camino fuera de la Iglesia. Personas que no encontraron esta enseñanza espiritual en la Iglesia cuando fueron a buscarla, se han dirigido a Oriente o a formas de oración oriental importadas a Occidente. Cuando tales personas oyen hablar de su propia tradición de meditación occidental y cristiana manifiestan su asombro, preguntando: «¿Por qué no se nos ha hecho a nosotros partícipes de esto?».
El encuentro entre Oriente y Occidente en el Espíritu, que constituye uno de los grandes rasgos de nuestro tiempo, sólo será fecundo si se lleva a cabo en un nivel profundo de oración. A decir verdad, lo mismo es cierto de la unión entre las diferentes denominaciones cristianas. El requisito previo consiste en que redescubramos la riqueza de nuestra propia tradición y tengamos el valor de acogerla.
¿Son todas estas cosas nada más que utopías religiosas? Las siguientes páginas se fundamentan en la convicción de que no lo son. Y dicha convicción se basa en la experiencia que hemos tenido en un monasterio al comunicar y compartir esta tradición como una realidad viva. En nuestra comunidad tenemos como prioridad cuatro momentos de meditación diaria, los cuales están integrados en nuestra liturgia de las horas y nuestra eucaristía. Más allá de esto, nuestra labor es comunicar y compartir nuestra tradición con quien desee abrirse a ella. La mayoría de los que se acercan semanalmente a nuestros grupos de meditación o de aquellos que vienen para quedarse como huéspedes o para meditar con nosotros en los momentos de oración comunitaria, son personas que tienen una familia, una carrera, las exigentes responsabilidades cotidianas de la vida … En cualquier caso, la meditación les ha dicho algo, facilitando un espacio de silencio en sus vidas cada mañana y cada tarde, y proporcionándoles una estructura y una disciplina en su búsqueda de las raíces profundas en Cristo. Es erróneo etiquetarlos como meramente «activos» o «contemplativos». Se trata de personas que han escuchado el evangelio y tratan de responder en el nivel más profundo de su ser al don que han recibido en el amor de Dios que nos llega en Jesús. Saben que esta respuesta es un camino hacia las profundidades insondables del amor de Dios. Simplemente, han iniciado esa ruta.
Este libro ha nacido de la respuesta que estas personas han dado a la meditación. La esencia se encuentra en una serie de cintas que grabamos hace años en Inglaterra a modo de introducción a la meditación y de estímulo para quienes habían comenzado a meditar, especialmente para aquellos que no podían visitarnos o permanecer mucho tiempo con nosotros. Comenzó, pues, con la palabra hablada, y creo que ella sigue siendo el medio ideal para comunicar esta tradición.
El misterio en el que nos sumerge la meditación es un misterio personal, el misterio de nuestra propia persona, la cual alcanza su plenitud en la persona de Cristo. Así, cuanto más personal sea el modo en que se comunica, más cerca estará de su fuente y su objetivo.
Por todo ello, ruego al lector que no olvide que las palabras aquí impresas surgieron originariamente como palabras habladas. Espero que, al tenerlo en cuenta, le hablen de una tradición que siempre debe cobrar vida en nuestra propia experiencia.
John Main,OSB
Del libro: Una Palabra hecha Silencio
Ediciones Sígueme de Salamanca
Para la difusión gratuita de la Meditación Cristiana
PREGUNTA DE LA SEMANA
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