
Conócete a ti mismo – John Main, OSB
«Conócete, pues, a ti mismo. No te atrevas a escudriñar a Dios. El estudio propio de la humanidad es el hombre». Cuando Alexander Pope escribió estas líneas en su Essay on Man (<
Sin embargo, la causa principal de nuestra confusión y alienación radica en que hemos perdido el apoyo de una fe común en la bondad fundamental, en el carácter razonable y la integridad personal de la humanidad; de hecho, hemos perdido el apoyo de toda fe. Lo que de verdad compartimos, nuestro acervo común de ideas, probablemente sean los reproches y profecías de calamidades; o bien la protesta, la cual normalmente es una queja contra algo y rara vez un testimonio a favor de algo. Ahora bien, tal vez esto forme parte de nuestra naturaleza caída con la cual debemos convivir, a saber, que gran parte de la simpatía que existe entre las personas brota de esa participación negativa en los mismos miedos y prejuicios.
No obstante, resulta posible disfrutar de una unidad más profunda y valiosa, enraizada en la percepción común del potencial del espíritu humano, más que en las limitaciones de la vida. La tarea específicamente cristiana consiste en que esta intuición arraigue profundamente en la comprensión moderna del yo y en nuestra percepción del mundo.
Si nuestro cristianismo es algo más que una mera ideología dentro de un curso de religiones comparadas, si es una vida que recibimos y administramos, debemos plantearnos: «¿Por qué la fuerza de la vida resucitada de Jesús no está siendo mediada a través de nosotros, para convertir las energías negativas del rechazo personal actual en la conciencia positiva de la hondura y riqueza de nuestro espíritu?». En el antiguo mito del Rey pescador, la tierra sufre una maldición que congela sus aguas, quedando petrificada. Ninguna fuerza terrenal puede contrarrestar la maldición y el rey se sienta en silencio a pescar por un agujero en el hielo, desanimado, a la espera. Hasta que un día un extraño se acerca y le formula al rey la pregunta que trae la redención. Al punto se funden las aguas y se ablanda la tierra.
A menudo la gente religiosa ha pretendido poseer todas las respuestas. Consideran que su misión consiste en persuadir, en obligar, en eliminar las diferencias y quizás incluso en imponer la uniformidad. Hay algo de Gran Inquisidor en la mayor parte de la gente religiosa. Sin embargo, cuando la religión comienza a abusar o a hacer insinuaciones, ha dejado de ser espiritual, porque el primer don del Espíritu, que se mueve creativamente en la naturaleza humana, es la libertad y la franqueza; en lenguaje bíblico: libertad y verdad. La misión cristiana actual consiste en volver a sensibilizar a nuestros coetáneos acerca de la presencia de un espíritu dentro de ellos mismos. No somos maestros en el sentido de que ofrezcamos respuestas que hemos consultado en la parte de atrás del libro. Somos verdaderamente maestros cuando, una vez descubierto nuestro propio espíritu, podemos inspirar a otros para que acepten la responsabilidad de su propia existencia, para que asuman el reto de su anhelo innato por el Absoluto, para que descubran su propio espíritu.
Para ser capaces de llevar a cabo esta labor alentadora, no basta con ser valientes, aunque ciertamente se necesita coraje. Temeroso, Moisés respondió a Dios: «No me creerán, ni me escucharán; dirán que no se me ha aparecido el Señor» (Ex 4, 1). Tampoco basta con ser elocuente, aunque recibiremos la elocuencia. Ninguna cualidad humana por sí misma es capaz de planear la cuestión que porta la redención. Cuando nos percibimos como instrumentos de la Palabra, entonces sabemos que el Espíritu nos guía. Conocer esto significa haber contemplado nuestro propio espíritu; supone haber percibido un destello de la profundidad de nuestro espíritu, sabiendo que éste pertenece a Dios.
John Main,OSB
Del libro: Una Palabra hecha Silencio
Ediciones Sígueme de Salamanca
Para la difusión gratuita de la Meditación Cristiana
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