“Que todo mi ser espere en silencio delante de Dios, porque en él está mi esperanza.” Salmo 62.5
Todos los que iniciamos una práctica espiritual la emprendemos con algún objetivo o anhelo propio. Esto no es errado; no hay nada de errado en buscar la paz, el consuelo o estar relajados. No obstante, los propios anhelos pueden ser un impedimento efectivo para la liberalidad del Señor.
La exhortación del P. Main atrapó mi atención: “No te preocupes por el éxito ni por hacer progreso o lograr resultados con la meditación.” Lo que importa realmente es consentir a la amplitud de la gracia divina, dejar a Dios ser Dios. Adentrarnos en la silenciosa melodia del Amor Infinito y esperar con confianza los frutos de permanecer en su Santa Presencia.
Cualquier esfuerzo, cualquier práctica, que se emprenda con intereses predeterminados puede ser efectiva, pero pocas veces nos conducirá a disfrutar de la plenitud de todo lo que Dios es. Lo único que importa es Dios, Él y nada más que Él. Hagámosle, por medio de la meditación, un santuario en nuestro interior, y Él nos colmará de los benditos frutos de su Amor.
“Y háganme un santuario para que yo habite entre ellos.” Éxodo 25.8
Andrés Ayala
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