La tradición del mantra – John Main, OSB
Jesús nos llama a una vida en plenitud, no a un rechazo egocéntrico que nos impide descubrir la verdadera belleza y maravilla de nuestro ser. El mantra constituye una antigua tradición, cuyo objeto es aceptar la invitación hecha por Jesús.
Lo encontramos en la antigua costumbre judía de “bendecir al Señor a todas horas”. También hallamos el mantra en la Iglesia cristiana primitiva. Podemos descubrirlo, por ejemplo, en el padrenuestro, que en su versión original aramea consistía en una serie de frases breves con un cierto ritmo. Asimismo, tenemos otro testimonio en la tradición ortodoxa de la llamada oración de Jesús, la oración que Jesús mismo recomendó: “Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador” (Lc 18, 13). Incluso la oración de Jesús recogida en el evangelio nos lleva a conclusiones idénticas. “Señor, enséñanos a orar”, le pidieron los discípulos.
Su enseñanza era la sencillez misma: “cuando oréis, no seáis como los hipócritas … entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto … y al orar, no os perdáis en palabras como hacen los paganos, creyendo que Dios los va a escuchar por hablar mucho. No seáis como ellos. Pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis” (Mt 6, 5-8). En el huerto de Getsemaní, Jesús es descrito orando una y otra vez “con las mismas palabras” (Mc 14,39; Mt 26, 44). Y cada vez que se dirige al Padre por el bien de las multitudes, la palabra “Abba” está siempre en sus labios, el mismo término que, como dice san Pablo, el Espíritu de Jesús clama eternamente en nuestro corazón.
El consejo práctico de los maestros de oración se resume constantemente en una sencilla directriz: “Recita tu mantra. Haz uso de esa palabra”. La Nube del No-Saber recomienda: “Resume esta intención en una palabra y así te resultará más fácil retenerla … y con presteza préndela en tu corazón … con esta palabra arrojarás todo pensamiento” (7, 39). El abad Chapman, en una conocida carta escrita desde Downside el día de San Miguel de 1920, describe el sencillo y fiel uso de un mantra que ha redescubierto más por su propia perseverancia valiente que por los maestros. Había vuelto a encontrarse con una sencilla y perenne tradición de oración que penetró en Occidente a través del monacato, entrando primero al monacato occidental a través de Juan Casiano en el siglo IV. El mismo Casiano la recibió de los santos del desierto, que situaban sus orígenes más allá de sus recuerdos, en tiempo de los apóstoles.
La venerable tradición del mantra en la oración cristiana es atribuible sobre todo a su absoluta sencillez. Responde a todas las exigencias de las advertencias de los maestros acerca del modo de orar, porque conduce a una armoniosa y atenta serenidad de mente, cuerpo y espíritu. No requiere de un talento o un don especial al margen de una intención firme y del valor de perseverar. Casiano dijo: “Hay constancia, sin embargo, de que nadie por ignorancia o pocas letras queda excluido de la vida de perfección. Ni siquiera la rusticidad es obstáculo para alcanzar la pureza del alma. Todos, sin excepción alguna, tienen un medio a su alcance, breve y eficaz, que consiste en meditar asiduamente este versículo, uniéndose a Dios con la más sincera e íntima intención del corazón” (Conl. 10, 14). Nuestro mantra es la antiquísima oración aramea: “Maranatha, Maranatha”; “Ven, Señor Jesús. Ven, Señor Jesús”.
John Main, OSB
Del libro: Word into Silence – traducido como “Una Palabra hecha Silencio”
© Canterbury Press, 2006 13-17 Long Lane, London ECIA 9PN, Reino Unido
© Ediciones Sígueme S.A.U., 2008
Para la difusión gratuita de la Meditación Cristiana
Editado por Hugo Mateo y Ricardo Centurión
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