No con muchas palabras… – John Main, OSB
Como he apuntado, la oración no consiste en hablar a Dios, sino en escucharle y estar con él. Esta sencilla noción sobre la oración se encuentra detrás del consejo de Casiano de que, si deseamos orar y escuchar, es preciso llegar a estar en calma y quietos, recitando sin cesar un versículo. Casiano recibió este método como algo que constituía ya una antigua y firme tradición en su tiempo, convirtiéndose en una duradera tradición universal. Mil años después de Casiano, el autor inglés de La Nube del No-Saber recomienda la repetición de una palabra: «Debemos orar en la altura, profundidad, extensión y amplitud de nuestros espíritus. No con muchas palabras, sino con una pequeña palabra de una sílaba» (La Nube del No-Saber, 39).
Puesto que esta idea a más de uno le puede resultar novedosa, e incluso sonar bastante extraña, será conveniente que recordemos aquí la forma básica de la meditación. Siéntate cómodamente y relájate. Asegúrate de que tu espalda se mantiene en posición erguida. Respira calmadamente y con regularidad. Cierra los ojos y comienza a repetir en tu mente la palabra que has elegido para meditar.
El nombre de esta palabra, denominada formula en latín, es mantra en la tradición oriental. Por ello, a partir de ahora emplearé la expresión «recitar el mantra». Elegir esa palabra o mantra tiene cierta importancia. Lo ideal – como he señalado antes – sería escogerla tras consultarlo con el propio maestro. En cualquier caso, existen varios mantras que alguien que está comenzando puede utilizar. Si no cuentas con un maestro que te ayude, deberías optar por una palabra que ha sido aceptada durante siglos por nuestra tradición cristiana. Algunas de ellas fueron asumidas por la Iglesia como mantras para la meditación ya desde los primeros tiempos. Una de ellas es la palabra «maranatha». Se trata del mantra que yo suelo recomendar a la mayor parte de quienes comienzan, pues el término arameo «maranatha» significa «ven, Señor (Jesús)».
Es la palabra empleada por Pablo para concluir su Carta a los corintios (1 Cor 16, 22) y el término con el que Juan cierra el libro del Apocalipsis (Ap 22, 20). Asimismo desempeña una función importante en algunas de las primeras liturgias cristianas (Did. 10, 6). Prefiero la fórmula aramea porque no tiene connotación alguna para la mayoría de nosotros y nos ayuda a realizar una meditación bastante libre de imágenes. También el nombre «Jesús» sería otra posibilidad, así como la palabra que el mismo Jesús empleaba en su oración: «Abba». Se trata nuevamente de un término arameo que significa «padre». Lo que debemos recordar es que hemos de elegir un mantra – a ser posible tras consultarlo con el maestro – y conservarlo. Si continuamente lo cambiamos, retrasamos cualquier progreso en la meditación.
Juan Casiano enseña que el propósito de la meditación consiste en limitar la mente a la pobreza de un único versículo. Poco después explica lo que significa realmente esto con una frase esclarecedora. Habla de llegar a la «pobreza eminente» (Conl. 10, 11). Sin ninguna duda, la meditación ofrecerá nuevas intuiciones acerca de la pobreza. Perseverando en la recitación del mantra, empezarás a comprender con una profundidad cada vez mayor y por experiencia propia lo que Jesús quería decir cuando afirmó: «Dichosos los pobres de espíritu» (Mt 5, 3). Igualmente, mediante la perseverancia en la repetición del mantra, aprenderás de una forma muy concreta lo que significa la fidelidad.
Por consiguiente, a través de la meditación proclamamos nuestra pobreza personal. Renunciamos a palabras, pensamientos, imaginaciones, y lo hacemos limitando la mente a la pobreza de una palabra, de modo que el proceso de meditación es la simplicidad en sí. A fin de gozar de sus beneficios, es preciso meditar dos veces al día todos los días, sin fallar. Veinte minutos es el tiempo mínimo de meditación; veinticinco o treinta minutos es la media. También resulta útil meditar normalmente en el mismo lugar y a la misma hora, porque ello permite que se desarrolle en nuestra vida un ritmo creativo, siendo la meditación una especie de latido que marca el ritmo. No obstante, y una vez dicho todo esto, lo más importante es ser fiel en la repetición del mantra durante todo el tiempo asignado, a lo largo del tiempo que el autor de La Nube del No-Saber denominaba «tiempo de trabajar» (4-7; 36-40).
John Main, OSB
Del libro: Word into Silence – traducido como “Una Palabra hecha Silencio”
© Canterbury Press, 2006 13-17 Long Lane, London ECIA 9PN, Reino Unido
© Ediciones Sígueme S.A.U., 2008
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Editado por Hugo Mateo y Ricardo Centurión
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