
Orar sin cesar – John Main, OSB
He aquí algunas pistas sencillas y prácticas. Para poder meditar bien, debemos sentarnos en una postura cómoda y relajada, pero no descuidada. Pondremos la espalda 10 más recta posible, con la columna en posición vertical. Quienes posean una buena flexibilidad y agilidad pueden sentarse en el suelo con las piernas cruzadas. Quienes prefieran sentarse en una silla, deberán asegurarse de que es recta y de que cuenta con brazos cómodos. La respiración ha de ser serena y regular. Es preciso relajar todos los músculos del cuerpo. Después hay que sintonizar el alma con el cuerpo. Las disposiciones interiores que se necesitan son una mente en calma y un espíritu en paz; aquí se encuentra el gran reto de la meditación. Resulta bastante fácil sentarse quieto, y hemos de aprender a hacerlo, pero la verdadera tarea de la meditación consiste en alcanzar la armonía de cuerpo, alma y espíritu. A ello nos referimos cuando hablamos de la paz de Dios, una paz que trasciende todo conocimiento.
Un místico indio llamado Sri Ramakrishna, que vivió en Bengala durante el siglo XIX, solía describir la mente como un gran árbol lleno de monos que se columpian entre las ramas en medio de un constante bullicio de chillidos y movimientos. Cuando comenzamos a meditar descubrimos que se trata de una descripción muy acertada del persistente torbellino que campa por nuestra mente. La oración no supone aumentar esa confusión intentando acallarla y envolverla con más palabras. La meditación busca más bien conducir esa mente dispersa y distraída hacia la calma, el silencio y la concentración, es decir, llevarla en la dirección de su verdadera función. Se trata del objetivo que nos plantea el salmista: «Rendíos, reconoced que yo soy Dios». Para ello empleamos un recurso muy sencillo, hacia el que san Benito dirigió la atención de sus monjes ya en el siglo VI, cuando les exhortó a leer las Colaciones de Juan Casiano (Regla de los monjes 42,6.13; 73, 14).
Casiano recomendaba a todo aquel que quisiera aprender a orar, a orar sin cesar, que tomara un versículo y lo repitiera una y otra vez. En su décima colación plantea este sencillo método de la repetición constante como la mejor manera de deshacernos de las distracciones y del bullicio que existe en nuestra mente, a fin de que ésta pueda descansar en Dios (Casiano, Con l. 10, 10).
Cuando leo a Casiano a propósito de este tema, recuerdo inmediatamente la oración por la que abogó Jesús en su parábola del pecador que se quedó en la parte de atrás ,del templo, rezando con una única frase: «Señor, ten compasión de mí, porque soy un pecador». Este hombre volvió a casa <justificado», a diferencia del fariseo que oró permaneciendo de pie en el interior del templo (Lc 18,9-14). Toda la doctrina de Casiano acerca de la oración se basa en las enseñanzas de los evangelios: «Al orar, no os perdáis en palabras como hacen los paganos, creyendo que Dios los va a escuchar por hablar mucho. No seáis como ellos. Pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis» (Mt 6, 7-8).
John Main,OSB
Del libro: Una Palabra hecha Silencio
Ediciones Sígueme de Salamanca
Para la difusión gratuita de la Meditación Cristiana
2. G. H. Whitrow, The Nature of Time, London 1975, 144.
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