
Prestar atención – John Main, OSB
El principal objetivo de la meditación cristiana no es otro que permitir que la misteriosa y silenciosa presencia de Dios en nosotros sea cada vez más no sólo una realidad, sino la realidad de nuestra vida, dejando que se convierta en aquello que dota de sentido, forma y propósito a todo aquello que hacemos y todo aquello que somos.
La meditación implica un aprendizaje. De hecho, puede describirse como un proceso cuya finalidad es aprender a prestar atención, a concentrarse, a atender. W H. Auden se halla en lo cierto cuando propone que en los colegios se enseñe el espíritu de oración en un contexto secular. Esta sugerencia debería llevarse a cabo, según él, enseñando a las personas a concentrarse plena y exclusivamente en aquello que se encuentra delante de ellas, ya sea un poema, un cuadro, un problema de matemáticas o una muestra cualquiera bajo el microscopio, concentrándose en esas realidades por sí mismas. Por «espíritu de oración» él entiende una atención desinteresada!
Al aprender a meditar, por consiguiente, debemos prestar atención, en primer lugar, a nosotros mismos. Hemos de llegar a adquirir plena conciencia de quiénes somos realmente. Si por un momento pudiésemos comprender la verdad que encierra el hecho de que cada uno de nosotros ha sido creado por Dios, seríamos capaces de comenzar a percibir en cierta medida nuestras potencialidades.
Tenemos un origen divino. Dios es nuestro creador. Además, de acuerdo con el punto de vista cristiano, Dios no es un creador que actúa de una vez para siempre trayéndonos a la existencia y luego dejándonos solos, sino que también es nuestro Padre amoroso. Ésta es la verdad que recordamos y que constantemente tenemos presente durante la meditación. Sólo porque olvidamos esta verdad fundamental, nos tratamos a nosotros mismos con tanta trivialidad la mayor parte del tiempo, de modo que nuestra vida se nos escapa entre los dedos mientras estamos demasiado ocupados o demasiado aburridos como para recordar quiénes somos. En efecto, la razón por la que llegamos a ser tan banales y por la que podemos considerarnos a nosotros mismos o nuestra vida tan aburridos, es que no prestamos la suficiente atención a nuestro origen divino, a la redención obrada por Jesús, el cual nos ha liberado de la trivialidad y del aburrimiento. Además, tampoco pensamos en nuestra propia santidad como templos del Espíritu Santo. La meditación es el proceso mediante el cual dedicamos un tiempo a descubrir nuestro infinito potencial en el contexto del acontecimiento-Cristo. Tal como señala el apóstol Pablo en el capítulo 8 de la Carta a los romanos: «A los que llamó, los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación, les comunicó su gloria» (Rom 8, 30).
A través de la meditación nos abrimos a dicho esplendor. En otras palabras, ello significa que en la meditación descubrimos quiénes somos y por qué somos asÍ. Durante la meditación no huimos de nosotros mismos, sino que nos encontramos. No nos rechazamos, sino que afirmamos nuestro ser. San Agustín lo expresó de una forma muy sucinta y hermosa: «El hombre debe, en primer lugar, ser restaurado en su ser, para que, convirtiéndose en un trampolín, se eleve y sea alzado hasta Dios».
John Main,OSB
Del libro: Una Palabra hecha Silencio
Ediciones Sígueme de Salamanca
Para la difusión gratuita de la Meditación Cristiana
1. W. H. Auden, A Commonplace Book, New York 1970,306.
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