
Ser restaurados a nuestro ser – John Main, OSB
En primer lugar, debemos comprender el contexto cristiano de la meditación. Empleo en este caso el término meditación como sinónimo de expresiones tales como contemplación, oración contemplativa, etc. El contexto esencial de la meditación ha de encontrarse en la relación fundamental de nuestra vida, la relación que como criaturas tenemos con Dios, nuestro Creador. De todos modos, la mayoría de nosotros hemos de dar un paso preliminar antes de poder valorar la gran maravilla y el extraordinario misterio de esta relación básica. En efecto, muchos tenemos que entrar primero en contacto con nosotros mismos, adentramos en una relación íntima con nosotros mismos, antes de poder ocupamos abiertamente de nuestra relación con Dios. En otras palabras, podemos decir que, en primer lugar, debemos descubrir, ampliar y experimentar la capacidad que cada uno tenemos de lograr la paz, la serenidad y la armonía, antes de ser capaces de valorar a nuestro Dios y Creador, que es el autor de toda armonía y serenidad.
La meditación es el mero proceso mediante el cual nos preparamos, en primer lugar, para encontramos en paz con nosotros mismos, de manera que nos volvamos capaces de valorar la paz de la divinidad en nuestro interior. La idea de meditación que a muchas personas se les propone como una técnica de relajación o de conservación de la serenidad interior en medio de las presiones de la vida en las ciudades modernas, no es errónea en sí. Pero si se reduce a eso, nos encontramos con una idea demasiado limitada, puesto que, en la medida en que alcanzamos una relajación cada vez mayor en nuestro interior y cuanto más tiempo meditamos, más conscientes nos volvemos de que la fuente de la calma que acabamos de descubrir en nuestras vidas cotidianas es precisamente la vida de Dios que fluye dentro de nosotros.
El grado de paz que poseemos es directamente proporcional a nuestro conocimiento de ese dato vital, ese dato de la conciencia humana, común a todo hombre y mujer de este mundo. Sin embargo, para descubrir este hecho como realidad presente en nuestras vidas, tenemos que decidir si deseamos estar en paz. Ésta es la razón por la que el salmista dice: «Rendíos, reconoced que yo soy Dios» (Sal 46, 11). Dicha profunda serenidad interior actualmente se encuentra a nuestra disposición de una forma más accesible, en cierto sentido, que lo estuvo para el poeta hebreo que compuso el salmo que acabamos de citar, aun cuando nuestros problemas sean más complejos y nuestro ritmo de vida sea más acelerado que el suyo. y ello se debe al gran acontecimiento que representa Jesús de Nazaret.
La convicción fundamental del Nuevo Testamento es que Jesús, al entregamos como un regalo el Espíritu Santo, ha transformado drásticamente el tejido de la conciencia humana. La redención que por nosotros obró Jesucristo nos ha abierto nuevas posibilidades de percepción que Pablo tan sólo puede describir en términos de una creación totalmente nueva. Como consecuencia de todo aquello que Jesús ha conseguido para la humanidad al haberse integrado por completo en su ser, hemos sido literalmente recreados. En el capítulo 5 de la Carta a los romanos, el apóstol escribe las siguientes palabras acerca de lo que Dios ha realizado en la persona de su Hijo, Jesús:
´Quienes mediante la fe hemos sido puestos en camino de salvación, estamos en paz con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo. Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos porque, al damos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.´ (Rom 5, 1-5).
Reflexiona sobre estas palabras durante un instante y considera la prodigiosa afirmación que realizan. «Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos. Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones». El apóstol Pablo no era un simple teorizador, sino el apasionado heraldo de un acontecimiento cierto que trataba de comunicar a todos; sus palabras indicaban con urgencia que este hecho era algo real que todos compartimos. Él se encuentra firmemente persuadido de que la realidad fundamental de nuestra fe cristiana es el envío del Espíritu de Jesús; de hecho, nuestra fe está viva precisamente porque el Espíritu vivo de Dios reside en nosotros, vivificando nuestros cuerpos mortales.
John Main,OSB
Del libro: Una Palabra hecha Silencio
Ediciones Sígueme de Salamanca
Para la difusión gratuita de la Meditación Cristiana
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